La Dulzura Amarga de la Incultura Moderna
Es dulce al paladar de la nueva generación la incultura. Hace muchos años, cuando el deseo de aprender ardía en tantos corazones, el estudio era un lujo inalcanzable: problemas económicos, la ausencia de maestros o libros, y la necesidad de trabajar para sobrevivir lo convertían en un sueño remoto. Aquello que hoy nos parece insignificante —un libro, una clase— era entonces oro puro. Hoy nos damos cuenta de que la generación pasada era rica en sabiduría, aunque jamás se sentaran frente a un escritorio ni escucharan a un profesor como los de ahora. Eran educados en la adversidad.
En nuestros días, el acceso a los pensamientos científicos —que a nuestros antepasados les costó la vida— es un clic de distancia. Cualquier información de hace más de dos mil años está al alcance de la mano; se puede leer lo que se quiera, aprender lo que se antoje. Sin embargo, por pura estupidez, eligen la ignorancia. Los del pasado tal vez fueran ignorantes por falta de recursos, pero eran inteligentes al buscar lo bueno. Esta generación, en cambio, es ignorante porque lo quiere así, y en esa elección radica su afán por la destrucción. Es una estupidez intolerable.
Si los "ignorantes" de antaño eran dominados por la falta de libertades, esta generación lo es por su propia estupidez y su incultura voluntaria. Cuando surgen nuevos materiales "libertadores", no hacen más que esclavizarse aún más. Nadie atrapa esclavos hoy en día, porque se entregan voluntariamente. Muchos proclaman buscar la libertad y el cambio a través del conocimiento, pero la mayoría, con lo que saben, aprende a no pensar por sí mismos. Se rinden fácilmente a otros, creyendo que eso es libertad; piensan cambiar el mundo siguiéndoles la corriente, pero con ese "conocimiento" se matan y se esclavizan. Se creen capaces de transformar todo, poderosos y sabios, cuando en realidad solo imitan sin cuestionar.
Por el contrario, los verdaderos eruditos no fingen ni presumen: actúan y se humillan en el proceso. Antes, la ignorancia era una vergüenza profunda; hoy, es la riqueza cotidiana de tantos, y lo presumen con emoción desbordante.
Quizá en toda nuestra historia siempre ha habido analfabetos e ignorantes, pero, como dijimos, se vivía como una gran vergüenza. Ahora es sorprendente: a la gente no le importa nada, y se convierte en esclava de sus propios "conocimientos". Hablamos de conocimiento porque han tenido acceso a la educación; ya saben leer y escribir, pero no ejercen lo aprendido. El mundo cambia sus bases para adaptarse a esta nueva mayoría: todo se vuelve superficial, digerible para que ellos lo entiendan. Desde el punto de vista social, son la generación dominante; pero desde el de la verdadera influencia, siempre serán dominados precisamente por su ignorancia y su incultura.
Los vagabundos, en cambio, son sabios porque se avergüenzan de la ignorancia. Pero la gran parte de la nueva generación es estúpida porque la presume. Son "ide-otas" —idiotas con ínfulas de grandes ideas— porque abrazan conocimientos ajenos sin indagar en su pasado ni en sus raíces. Así, con una educación no ejercida, se convierten en una generación idiota: armada de herramientas que no usa, lista para repetir errores en nombre del progreso. ¿Hasta cuándo seguiremos celebrando la incultura como un trofeo? Es hora de recordar que la verdadera libertad nace del pensamiento propio, no de la sumisión disfrazada de sabiduría.