Guatemala: La realidad olvidada
Guatemala enfrenta una situación compleja que demanda un análisis profundo y multifacético, considerando sus causas, consecuencias y posibles soluciones.
Desafortunadamente, debido a las condiciones socioeconómicas y al estilo de vida de los guatemaltecos, dos grupos han interpretado erróneamente sus realidades y problemáticas.
La Guatemala de los oligarcas.
El primer grupo corresponde a la clase gobernante, responsable de la economía durante siglos hasta la actualidad.
El error principal de este grupo radica en su intento de forjar un Estado superficial y disfuncional, al homogeneizar a los pueblos indígenas mediante la supresión de su identidad étnica y cultural, lo que ha generado consecuencias devastadoras, como una crisis de identidad.
En lugar de gobernar a los pueblos propios, esta élite los ha marginado sistemáticamente, favoreciendo la llegada de extranjeros a quienes ha cedido tierras y recursos naturales, en detrimento del desarrollo de la población local. Además, el sistema educativo que han impuesto —de corte estrictamente europeo— beneficia únicamente a los privilegiados y carece de realismo: no refleja la historia, la cultura ni la realidad guatemalteca. Este modelo persiste en la Guatemala contemporánea, fomentando una admiración acrítica por los europeos, como los nórdicos, suizos o alemanes, sin reconocer que el éxito de sus sistemas educativos y económicos se sustenta en la extracción histórica de riquezas de países pobres, antiguas colonias y en la dominación global de la economía.
Como resultado, el país exhibe un rezago significativo en múltiples dimensiones del desarrollo humano —evidenciado por indicadores como el bajo Índice de Desarrollo Humano de Guatemala (0.627 en 2022, según el PNUD, posicionándolo en el puesto 127 de 191 naciones)—, derivado de un desconocimiento profundo de su propia historia y de la grandeza de sus pueblos ancestrales. Esta ceguera se vincula directamente con los gobernantes actuales, quienes, al asumir el poder, priorizan beneficios personales sobre el bienestar colectivo, perpetuando la corrupción endémica que domina el discurso público.
La Guatemala de los movimientos sociales.
El segundo grupo lo integran los movimientos sociales, que suelen recurrir a la teoría marxista para interpretar la realidad guatemalteca, con el objetivo de confrontar al grupo gobernante y proponer soluciones a las problemáticas generadas por este.
El error fundamental de estos movimientos radica en su enfoque prioritario en las consecuencias de los problemas, explotando la sensibilidad emocional de la población para posicionarla como víctima perpetua, todo ello a través de la lente marxista. En la actualidad, diversos analistas intentan desmontar los fallos de este sistema —impulsado por revolucionarios de estos movimientos— y explicar el apoyo masivo que recibe, aunque con escaso éxito. Sus seguidores otorgan una lealtad incondicional al régimen económico marxista, incluso ante sus evidentes fallas: interpretan la corrupción rampante como un mal necesario por el bien mayor, los asesinatos masivos como sacrificios por el progreso colectivo, y la supresión de libertades individuales como un paso hacia la igualdad universal. En esencia, esta perspectiva justifica la maldad cuando se ejerce en nombre del bien común.
¿Por qué las masas abrazan tales ideologías? Varios eruditos, desde perspectivas sociológicas y psicológicas, han identificado factores clave, como la persecución perpetua de una utopía —casi un paraíso terrenal inalcanzable, que siempre se ve obstaculizado por elementos externos—. Este obstáculo se materializa en la búsqueda de un enemigo común: se responsabiliza a "los otros" (individuos, ideas o estructuras) por las condiciones adversas, en lugar de asumir la agencia propia.
Entre los culpables identificados en esta narrativa se destacan la religión (calificada como "el opio del pueblo", una herramienta de manipulación opresiva), el derecho natural moral e individual (visto como egoísmo que oprime a los demás), y la propiedad privada (considerada un mecanismo de acumulación que despoja al colectivo y genera gigantes opresores).
Estos elementos forman parte de la teoría marxista clásica, cuyo socialismo y comunismo no prosperaron en el siglo XIX ni en el XX, colapsando en las regiones donde se implementaron —como la Unión Soviética o Cuba, donde el PIB per cápita estancado y las hambrunas masivas (e.g., el Holodomor de 1932-1933) ilustran sus limitaciones empíricas.
Tras estos fracasos globales, teóricos marxistas como Antonio Gramsci analizaron las causas del colapso. Según Gramsci, el error de Karl Marx radicó en subestimar que la lucha no se limita al materialismo histórico económico, sino que abarca la hegemonía cultural: la dominación sutil de normas que perpetúan desigualdades.
Esta hegemonía incluye la supremacía patriarcal (dominación masculina sobre la mujer), el racismo (posición del hombre blanco sobre negros, indígenas y minorías), la construcción social del género, la heterosexualidad dominante frente a la diversidad sexual, el arquetipo del "hombre fuerte", el rechazo a la interseccionalidad, la imposición de la familia tradicional, y la influencia opresora de las iglesias y gobernantes conservadores.
Para erradicarlos, los movimientos proponen empoderar a las mujeres contra el patriarcado, a las minorías contra el racismo, a la diversidad sexual contra la heterosexualidad normativa, implementar la ideología de género para deconstruir roles tradicionales, transformar las iglesias en instituciones inclusivas y diversas, y reconfigurar la familia hacia modelos modernos centrados en la diversidad, no en binarios de género.
Estos movimientos sociales programan la lucha contra la hegemonía cultural mediante agentes de cambio: educadores con currículos que desafíen estas normas, pastores progresistas, políticos, jueces, padres de familia y líderes comunitarios. Todo ello, afirman, pavimentará el camino hacia el paraíso socialista de igualdad absoluta.
Sin embargo, esta aproximación choca frontalmente con la naturaleza humana —respaldada por evidencias antropológicas y psicológicas que destacan la diversidad innata de identidades y la resiliencia de estructuras familiares tradicionales en sociedades como la guatemalteca— y con la razón, la lógica y la verdad esencial. Destruye la esencia humana de los pueblos guatemaltecos, erosionando su fundamento cultural y la lógica de una sociedad natural, al ignorar la realidad histórica y demográfica de Guatemala.
¿Qué es Guatemala en su perspectiva natural y esencial?
Su población no se alinea con etiquetas como "conservadora", "tradicional", "fascista" o términos inventados por estos grupos; más bien, ha internalizado imposiciones foráneas, como la práctica cristiana impuesta por los españoles —aunque la fe cristiana originaria surgió en Oriente Medio hace más de dos mil años, difundida por apóstoles perseguidos por romanos, y no como una invención colonial—. Los españoles la adoptaron y la propagaron en América a su manera. A diferencia de lo que enseñan otros, la enseñanza española del cristianismo no equivale a una adhesión auténtica al mensaje de Cristo, sino cómo lo la sociedad guatemalteca adopta esa fe según Cristo.
En consecuencia, la crisis política guatemalteca puede interpretarse como un enfrentamiento entre la clase dominante y los movimientos sociales. Muchos guatemaltecos, ya sea partidarios de estos movimientos, resentidos por desigualdades o desorientados por una visión superficial de la historia, se incorporan a la contienda.
No habrá transformación genuina mientras estos dos grupos exploten el silencio del pueblo. Solo si la población guatemalteca asume la responsabilidad de su destino —ejerciendo su poder soberano sin delegarlo— surgirá el cambio. De lo contrario, la inacción perpetuará el estatus quo.